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Había una vez una niña llamada Clodomira.
Un día, cuando Clodomira salió al parque con sus amigas, ellas le dijeron que no tomara el camino del cementerio para volver a su casa, porque contaba la leyenda que en las noches de frío, viento y luna llena aparecía el tenebroso esqueleto de una mujer sin cabeza, con manto negro, que se llevaba a los niños a un sitio infernal.
Clodomira no les hacía caso y se reía de eso. Esa noche tomó el camino hacia el cementerio.
Mientras cruzaba las aterradoras tumbas, el viento comenzó a soplar muy fuerte.
Empezó a escuchar ruidos extraños.
Clodomira iba de tumba en tumba, sin poder hallar el camino correcto. Cada vez estaba más oscuro, y el viento soplaba más fuerte. Sus piernas comenzaron a temblar de miedo y su corazón se aceleró.
Los ruidos eran cada vez más cercanos a ella y no lograba encontrar la salida del cementerio. Oyó gritos y se asustó muchísimo. Los gritos fueron acercándose hasta que escuchó que alguien murmuraba en sus oídos, muy muy cerca de ella.
Temblando, se dio vuelta y vio un esqueleto sin cabeza, como decía la leyenda.
Deseperada del susto, gritó, pero nadie la escuchó.
El esqueleto, riéndose de ella, gritó más fuerte aún, para aturdirla y confundirla.
Clodomira, de pronto, sintió una extraña sensación. No supo dónde estaba, ni qué pasaba.
Comenzó a correr, pero el esqueleto la inmovilizó.
Se formó un tornado alrededor de Clodomira y la arrastró bajo tierra.
Abajo estaba todo cubierto de fuego. Espíritus malvados se reían y le quitaban la fuerza. Clodomira no podía moverse.
En el fondo se encontró con un demonio en llamas. Todo su cuerpo era de fuego.
El demonio empezó a caminar hacia ella, para agarrarla. Clodomira intetaba huir, pero no podía, estaba inmóvil, sin fuerzas.
Cuando pensó que ya estaba perdida, porque el demonio continuaba acercándose, desde lo alto del tornado, apareció una mano grande y celeste, que la ayudó a subir de vuelta a la superficie.
Los padres, que habían estado buscándola, la encontraron dormida en el cementerio y la llevaron de vuelta a su casa. Clodomira les contó lo que había pasado, pero ellos le dijeron:
No te preocupes, Clodomira, seguro que has tenido una pesadilla.
Al día siguiente, Clodomira seguía insistiendo en que le había pasado algo real, y no un sueño, como decían sus padres. Los llevó al cementerio, tironeándolos de la mano, para mostrarles que lo que les había contado era cierto.
Durante un rato todo estuvo normal. Pero al oscurecer se oyeron ruidos, cada vez más cercanos, hasta que frente a ellos apareció el esqueleto. Los tres quedaron inmóviles y los tragó el remolino.
Mientras eran llevados bajo tierra, los padres de Clodomira se convirtieron en dos tontos zombies, que eran revolcados por el tornado.
Llegaron al fondo y vieron el demonio en llamas, acercándose a ellos, que no podían escapar.
Otra vez apareció la gran mano celeste, desde la boca del tornado, y los ayudó a salir.
Pero esta vez, cuando Clodomira volvio a la superficie, el diablo de fuego la sujetó del tobillo y salió junto a ella.
Le quemaba la pierna e intentaba abrasarla.
¿Qué puedo hacer para salvarme del fuego? pensó Clodomira. Y se subió a uin árbol.
¡Necesito agua para apagarlo! Pensó, cuando las llamas subían hacia ella.
Los padres de Clodomira, aún como zombies, giraban alrededor del árbol con los brazos extendidos, como jugando a los avioncitos.
Entonces, desesperada y nerviosa, Clodomira le hizo pis encima al demonio de fuego.
¡Y funcionó!
Las llamas se apagaron y el cuerpo desapareció, largando una nubecita de vapor.
Bajo tierra se oyó una voz chillona que dijo:
¡Ufa! ¡Siempre me pasa lo mismo!
¿Qué nos pasó? ¿Qué fue todo eso? Preguntaron los padres de Clodomira, cuando volvieron a la normalidad.
Ella, riéndose, les contestó:
No sé. ¡Para mí que fue una pesadilla!
lunes, 26 de octubre de 2009
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